Algunos poemas 
Renato Leduc 
"Que tus tensas pestañas no se alejen a la luz misma. Que si lágrimas viertes las recoja pañuelo gris, el paño de la bruma". 
Federico Cantú – Paris 1933
José Alvarado decía: 
¿Existe Renato Leduc?
El residente en París, amigo de André Bretón y  Benjamín Peret,
 dueño de secretos indios y comedor de vidrio; otra, por si faltara, la de periodista solitario alojado en una casa ruinosa, y no debe olvidarse la del poeta renegado.
 Vio la invasión de Hitler en París, lo despertaron los bombardeos nazis en Ámsterdam; Victoriano Huerta bebió tequila en su presencia, junto a un mostrador de  tienda de la colonia Santa María; Álvaro Obregón tomó café a su lado arrimado a la lumbre en un vivac; Plutarco Elías Calles le dedicó órdenes militares . Hizo de Moscú a Pekín un recorrido de nueve días en el Transiberiano, y un ingeniero soviético le preguntó acerca de John Reed, justo al cruzar el Volga. Se dejó perder en Shanghái; se aburrió de Bruselas; paso por Madrid; un caballereiro fue su amigo en Portugal.  Y antes, su estancia burócrata en la Secretaría de hacienda, como experto en sucesiones y legados.  ¿Cuál de estas consejas es la auténtica? Acaso ninguna. Cada cual corresponde a un personaje distinto, pero todos llevan el mismo nombre: Renato Leduc.
Algunos poemas 
Renato Leduc 
Pensamos que ya era tiempo de ser románticos
 y entonces confeccionamos un paisaje ad-hoc
 saturado del más puro idealismo 
y barnizamos la luna 
de melancólico color.
 adquirimos también 
una patria y un Dios
 para los usos puramente externos
 del culto y del honor.
(Vertimos por la patria medio litro de sangre.
comulgamos con ruedas de molino
 por el amor de Dios)
 Y al fin fuimos cristianos
 por esnobismo. 
Necesitábamos precisamente
 algún egregio sembrador de dudas
 y en un baile de máscaras
 la rubia Magdalena nos presentó a Jesús.
Y sucedió porque al atardecer
las pasiones jocundas acallaron
 su estentório fulgor de dinamita.
 Éramos mansos de corazón
 y la carne del cosmos era una
 estupenda belleza hermafrodita.
 Ah…….y teníamos una dama
 propia para el corazón.
Usaba las manos blancas
 un albo cuello de cisne 
y los ojos insolubles
 a la temperatura del alcohol .
Era una dama Capuleta
 hábil para charlar en el balcón.
Renato Leduc – Paris 1933




